La búsqueda de un estilo

Cuando Fabio Morábito estuvo de visita en Buenos Aires lo escuché leer «Madres y perros», un cuento que me pareció extraordinario. Desde entonces cada vez que leo algo de él, escucho su voz pausada y ya no puedo leer a velocidad. Necesito leerlo al ritmo lento de su voz. Al escuchar su lectura en voz alta, percibí su estilo singular con una claridad que no había captado en la lectura silenciosa de la página escrita.

El estilo es esa cualidad distintiva que nos hace reconocer la escritura de un autor. La respiración de la frase, la encadenación de las ideas, la caprichosa unión de sustantivos y adjetivos, el tipo de metáforas, las obsesiones particulares, la mirada personal: infinidad de peculiaridades y sutilezas por donde se cuela el espíritu del autor y de las que con seguridad la persona no es plenamente consciente. A propósito de esto, de la dificultad de ver el estilo propio, Borges dijo:

«Me siento cansado de los laberintos y de los espejos y de los tigres y todo ese género de cosas. Especialmente ahora que otros las están usando…Esa es la ventaja de los imitadores. Lo curan a uno de sus enfermedades literarias».

Lo que somos se nos escapa. Solo los demás pueden ver en nosotros una tendencia, un estilo, una forma de ser. Uno está demasiado imbuido de sí mismo como para saber lo que nos distingue de los demás. La imitación, por otro lado, ya sea de la manera de hablar, de escribir, de comportarse, es una forma de sentirse a salvo, porque sabemos lo que ese estilo produce. Lo hemos experimentado. Ser simplemente nosotros en cambio… asusta un poco.

Porque ¿Cómo somos? ¿Cuál es la impresión que causamos en los demás? ¿Cómo se leerán nuestros textos desde un otro? ¿Cómo es nuestro estilo? ¿Exageramos con las enumeraciones? ¿Repetimos mucho? ¿Vamos demasiado rápido?, ¿o demasiado lento? ¿Nuestra redacción será lo bastante cuidada?, ¿o torpe y deslucida?

En una entrevista con Ana Solanes, Ricardo Piglia dijo algo muy interesante:

En cuanto a las imperfecciones, me parece que así encontramos la voz propia. Lo que cualquiera puede corregir, eso es el estilo. Sabemos que Onetti usa demasiados gerundios, que la conclusión de las frases por momentos es incierta. Los pronombres no siempre están bien definidos, que suele usar más adjetivos abstractos de los que uno desearía, pero esa suma de imperfecciones , esa persistencia en el error —digamos así— convierten su escritura en algo único y su prosa en un gran acontecimiento de la lengua.

¿Será que el sello personal está en las imperfecciones? Quizás la prosa perfecta es el equivalente a la muñeca de plástico: insulsa, insípida, sin hueso, y tanto empeño perjudica finalmente la libre circulación de lo que queremos transmitir. Tanta corrección, pensar tanto cómo decir esto o aquello,  quizás mata la emoción y adormece el entusiasmo…

El escritor busca su estilo. El adolescente busca su identidad. Pero el esfuerzo es inútil. Esforzarse por ser uno mismo es claramente una contradicción. Nunca sabremos exactamente cómo es nuestro estilo, no podemos más que espiarlo de costado. Pero de algo estoy segura y es que si uno se mantiene fiel a sí mismo, así como no hay dos personas idénticas en el mundo, la manera en la que uno percibe las cosas y las transmite es, necesariamente, también única. Y así es, creo, en cualquier rama del arte.

4 comentarios

  1. Un texto revelador, que es en sí mismo una demostración de lo que afirma. Para releer muchas veces. Saludos 🙂

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    1. Magdalena Solari

      Muchas gracias, Juan!

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  2. Aleccionador en tiempo de tanta imitación, plagio y superficialidad.

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  3. Ilustrador comentario. La demasiada exigencia y auto crítica , el compararse siempre con otros mejores, inhibe la creación propia. Gracias Magdalena.

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