Federico Jeanmaire y la búsqueda de la forma

Conocí en persona a Federico Jeanmaire en el ciclo «Tips de escritura» que conduce, hace varios años, Maximiliano Tomas en la librería El Ateneo. Solo unos meses atrás se habían re-editado —muy oportunamente—, Fernández mata a Fernández, y luego, sobre fin de año, Más liviano que el aire. Dos novelas que tienen mucho en común, ya que las dos se leen a gran velocidad por la ligereza que da el registro oral, el humor y la urgencia que nos inyecta por llegar al final. Federico dice que se divierte mucho escribiendo y que sabe muy poco de lo que va a pasar cuando se sienta a escribir, y yo me pregunto si no es por eso que sus libros nos atrapan y nos impulsan a seguir leyendo; porque la misma intriga que despierta en el lector, la siente él, como escritor, cuando se sienta a descubrir lo que va a pasar; y se va enterando a medida que lo escribe. Entonces no perdí oportunidad y le pedí esta entrevista para ahondar un poco más en sus ideas sobre la escritura y la literatura.

Federico Jeanmaire nació en Baradero, provincia de Buenos Aires, estudió Letras y publicó unas catorce novelas y un ensayo sobre el Quijote, del que es un verdadero especialista. Estuvo muchas veces nominado en las listas de premios importantes y ganó, en 1998, el Premio Especial Ricardo Rojas por Mitre; en el 2008, ganó el Premio Emecé por Vida Interior y, en el 2009, el Premio Clarín por Más liviano que el aire.

Apenas abrió la puerta de su casa, pude ver en el piso una gran rana de madera, que es parte de la colección que atesora, al igual que el protagonista de Vida interior. El living, en donde nos sentamos y él escribe, está invadido de libros: en las estanterías, sobre las mesas; y sobre la pared que se enfrenta a la puerta ventana hay decenas de fotos de sus antepasados con marcos muy antiguos de madera y de metal.

 

Después de tantos años en contacto con los libros, ¿cambió tu idea sobre la Literatura?, ¿cambió tu manera de acercarte a los libros? 

Creo que básicamente leo igual. Me siento a leer este libro (señala el último  de Mariana Enríquez que está sobre la mesa) de la misma manera que cuando era chico. Con las mismas ganas de saber qué es lo que hay ahí adentro. Lo que sí me pasa ya hace unos años es que antes un libro que no me gustaba nada, lo leía todo. Porque, bueno, siempre se aprende, y se aprende más de los libros que no te gustan. Porque es más fácil saber por qué algo no te gusta. Saber por qué te gusta es más difícil. Pero ahora ya no. La vejez me agarró por ese lado. Ya no pierdo tiempo con algo que no me gusta. No es porque no tenga más cosas que aprender, pero después de tantos años leyendo yo ya sé lo que quiero hacer con lo que escribo.

¿Y lo que querés hacer con tu literatura, cambió con los años? 

No, todo lo contrario. Recuerdo que tuve una discusión, hace mucho tiempo, con una señora muy importante. Cuando salió Miguel, que es el libro autobiográfico de Cervantes. A ella le había gustado mucho mi segunda novela y no le gustó que hiciera una novela tan distinta. Ella me dijo que en la literatura argentina, los escritores buscan una voz y una vez que la encuentran — y yo, según ella, ya la había encontrado—, el trabajo era profundizar en esa voz. Yo tengo otra opinión. Yo escribo libros. Yo no soy un escritor de obra. A mí me interesa que cada libro mío intente, al menos, ser distinto al anterior y que cada tema me lleve a encontrar una forma para escribirlo. Que la forma diga bastante sobre el contenido. Y creo que la voz es otra cosa. Me parece que yo puedo escribir libros muy distintos pero que hay una marca mía que es la manera en la que puntúo, la lengua que uso, la respiración de lo coloquial que aparece en mis libros. Me interesa eso.

Sí. Tu marca es evidente.

Hay escritores que he amado, pero en un momento dejaba de leerlos porque me parecía que lo que leía ya lo había leído. Por eso, mi idea es escribir libros. Y eso implica tomar riesgos. Por ejemplo: Guerra, el libro que va a salir ahora en abril, fue un trabajo de investigación, y yo nunca había hecho eso. Fue una investigación tremenda. El libro es sobre una batalla en Francia, durante la Segunda Guerra mundial. Pero es más que eso. Es como un diario íntimo de la guerra. Nunca había hecho algo así y no tengo ese carácter. Trabajé en la facultad cuando me recibí, en literatura española y en literatura argentina, pero no era lo que me gustaba y cuando empecé a publicar dije: «basta, yo no quiero hacer la carrera académica». Me gusta escribir, porque es un juego. Pero, bueno, quería escribir un libro así, porque nunca lo había hecho y me parecía difícil, y me encerré un año a escribir, investigué mucho y engordé doce kilos. Ahora llevo bajados la mitad pero pasaron nueve meses desde que lo terminé. (Risas.)

Me pareció muy lindo lo que contaste en la charla de la librería, la idea de escribir 187 capítulos, al igual que el número de muertos que hubo en la batalla. 

Bueno, es lo que te decía de buscar la forma para decir las cosas. Yo estuve tres meses becado en Francia para escribir, en el 2018, en Saint Nazaire, y una noche salí a cenar con una chica que conocí y me dijo que al día siguiente era un aniversario más de la batalla que se había dado en el pueblo; y entonces al día siguiente voy y veo un obelisco y una plaquita y … ni siquiera estaban los nombres. Estaban los apellidos y las iniciales, pero a mí me impresionó eso, que no hubieran puesto los nombres. Y la respuesta era bastante obvia. Un país que ha estado en guerra durante miles de años, como Francia, no tiene lugar para poner a todos sus muertos. Entonces los monumentos son a los caídos.

¿Pero vos investigaste y encontraste los nombres y las vidas de todos esos muertos? 

Bueno, los nombres sí, las vidas no, no todas. Eso es más complicado. En el libro hablo de setenta u ochenta, pero cada capítulo tiene el nombre de uno de los muertos. Fue como un homenaje mío. Eso es lo que te quería decir de la forma. Hay escritores que en ese caso podrían haber escrito dos páginas de por qué no están los nombres en la placa. Mi forma de decirlo es esta. Son maneras elípticas de decir cosas. En literatura, hay personas con distintas capas de conocimiento sobre lo que van a leer, y bueno, hay gente a la que eso le dice algo y hay gente a la que no. Son formas que algunos disfrutan y otros no. Pero eso es lo que me mueve a mí, encontrar formas para decir cosas. Decir cosas con forma y no con contenido. Incluso a veces el contenido trabaja algo distinto de lo formal. En ese libro la significación es importante, pero tengo otros libros que trabajé en contra de la significación.

¿Cómo sería eso?

Por ejemplo: el corte de frases, el punto y aparte tienen una tradición en la literatura argentina. Sarmiento era un tipo que escribía muy largo pero después cortaba con oraciones cortas, y esas oraciones  cortas  estaban llenas de significación. Es como la frase que autoriza lo anterior. Tiene algo de escritura filosófica en la que hay una tesis y el mismo texto la va autorizando con esa herramienta. Yo lo que trabajé siempre fue el corte  no significativo. Un corte que tiene más que ver con cómo habla la gente. Porque la gente espera a ver el interés que genera en el que escucha y entonces no pone los puntos en donde debería, sino que hace silencio solo para ver cómo está recibiendo el interlocutor eso que él dice. Yo siempre intenté hacerlo en ese sentido. Pero en Papá, hice cosas más sarmientinas y esos cortes sí tenían significación. Porque en ese libro sí quise trabajar significación. Y también en la novela que estoy escribiendo ahora. Eso cambia según el libro que esté escribiendo.

Y el que estás escribiendo ahora también trata de la muerte. ¿Qué te pasó? ¿Te atacó de pronto el tema de la muerte? 

Bueno, yo ahora tengo sesenta y dos años y me pasó hace unos tres o cuatro años, cuando fui a presentar Tacos altos a Barcelona, que conocí a una chica y me enamoré —yo soy muy impulsivo— pero ella me dijo que no porque yo era muy viejo. Era la primera vez que me pasaba y fue un shock … un shock que me llevó a escribir una novela que todavía no salió que se llama Darwin o el origen de la vejez; y me puso a reflexionar sobre la vejez y la muerte. El libro de la guerra tiene que ver con la muerte también, con lo injustificable que es la muerte de chicos de veinte años. Y, bueno, empecé a trabajar el tema. De la vejez y de la muerte. Acá tengo un libro que ahora es de cabecera para mí, La vejez, de Simone de Beauvoir. Es una investigación de cómo trataron el tema en las distintas culturas: cómo es ahora, cómo era antes, cómo es en Occidente, en Oriente.

¿Y se puede leer o te deja de cama? (me río)

Para mí, en este momento de mi vida, es maravilloso. Lo compré hace muchos años, lo hojeé, no me decía nada y lo dejé. Pero después de eso que te cuento lo busqué… y lo tengo todo subrayado, voy y vengo. Acá tengo el otro de cabecera de este momento: El sentimiento trágico de la vida, de Unamuno. Que habla de la trascendencia. De que es imposible vivir si no creés que hay algo más que esto. Lo loco es que yo sabía que lo tenía y que lo había leído cuando era chico. Y yo tenía una tía, licenciada en letras, que fue mi gran modelo para muchas cosas. Y empecé a buscar el libro y al final lo encontré, en la biblioteca de mamá, en mi pueblo… y me lo había regalado mi tía. Está dedicado por ella… y yo tenía 14 años.

Del libro que estoy escribiendo ahora, tuve la idea mientras estaba escribiendo el de la guerra. Después de esos meses en Francia, me invitaron un mes a Berlín, porque presentaba una novela, y me hice muy amigo de una mujer que tenía una librería, Teresa, y enfrente de la librería había un cementerio. En Berlín está lleno de cementerios. Y en ese cementerio había un bar —en Berlín hay bares en las iglesias, hay bares en los cementerios, es muy bonito—. Entonces yo estaba escribiendo la novela anterior y desayunaba ahí todos los días porque me encantaba y después iba a caminar por el cementerio. Además, hace unos años, mi hijo se mudó a la Chacarita y nos hicimos la costumbre de ir a caminar los sábados por el cementerio. Y entonces empecé a ver las diferencias entre los cementerios. El cementerio alemán de allá y el de acá. Me dio ganas de escribir sobre eso; y cuando terminé el de la guerra, me puse a escribir este.

Y habla de todo un poco: del lugar que ocupa la muerte en los lugares físicos; habla de tres cementerios y habla de mis antepasados. Sin haberme puesto a pensar nunca en la vejez, yo coleccioné durante años las fotos de mis antepasados (y señala la pared). No son todos, pero tengo muchos ahí, hasta mi chozno. Y yo escribo mirando. Cuando no encuentro una palabra levanto la vista y miro las paredes … y un día me di cuenta que yo también me había hecho un cementerio en mi casa. Un cementerio de imágenes.

Y, por eso, entra el tema de mis antepasados y también entra el tema de mi madre. Mi hijo, que cada tanto va leyendo lo que escribo, la última vez me dijo: «en el fondo, este es un libro sobre tu madre». Y creo que tiene razón. Yo no me había dado cuenta. Pero eso es lo lindo de escribir. Muchas veces te parece que estás escribiendo de algo y estás escribiendo de otra cosa. Yo no soy de esos escritores que tienen todo planeado, que saben todo lo que quieren decir. Yo soy todo lo contrario. Soy cervantino: bienvenido lo que sea, después veo qué hago con eso.

¿Y nunca sabés cómo va a terminar un libro?

Por lo general, no. Es muy difícil ponerte a escribir sabiéndolo todo. En el libro de la guerra, sí, ahí sabía lo que iba a pasar, pero lo que no sabía era la vida de la gente. Investigar la vida de los que murieron fue la parte del no saber que necesitaba para poder escribirla. Y cuando empezás a investigar te pasa que creés que algo es de una manera, después leés otro libro y te encontrás con otra cosa. Entonces era un libro que tenía que estar arreglando todo el tiempo. Ese también fue un juego que me gustó. Que me lo hizo vivir más parecido a como escribo normalmente.

¿Sentís que tu último libro es siempre el mejor o tenés uno con el que te sentís muy identificado?

A mí me pasa que cuando estoy escribiendo un libro me parece hermosísimo, lo mejor del mundo, creo que es lo que me hace escribirlo; y después me pasa, al tiempo de terminarlo, que ya no me gusta. Siempre me parece que quería hacer más cosas con lo que tenía, que no lo conseguí. Sí, rescato algunos libros, pero no por una razón literaria; Papá, por ejemplo, pero es por una cuestión personal. Hay un libro que me sigue gustando que es Tacos altos. Y me está pasando algo que nunca me había pasado. Que faltan tres meses para que salga el de la guerra y todavía me gusta. Eso es raro. Pienso que es porque el que estoy escribiendo ahora, es una suerte de secuela. Una secuela de muerte familiar… y tiene como … una respiración, una cosa muy parecida. Entonces, puede ser que todavía me guste porque nunca salí del otro.

En tus libros hay mucho monólogo, incluso los diálogos son monólogos, cuando hay pensamientos son monólogos. ¿Por qué? 

Yo creo que eso tiene una raíz si querés sociológica. Es cómo veo yo a mí país. Yo no veo que la gente se escuche. Yo viajo bastante. Si viajás por Sudamérica… todos hablan castellano, pero la manera de relacionarse es distinta. No hay otro que sea tan lúdico en su forma de hablar, como el porteño. Como yo no lo soy, llegar acá fue una llamada a escuchar. Todas las conversaciones acá son lúdicas. Si hoy hace treinta y cinco grados y le decís a alguien “buen día”, te responden “frío, eh”. El porteño necesita explicitar que es más vivo que el otro. Las charlas son como espadeos de a ver quién es más vivo. Cuando yo empecé a diseñar mi manera de escribir iba a un bar y me di cuenta que en en los bares hay como un elenco estable. Hay señores que van al mismo bar todos los días y si te ponés a escucharlos, ahí hay una guerra por acaparar la atención. El tipo tiene que ser muy interesante para ganarle al discurso del otro, para que quieran escucharlo a él y no al otro. Y en mi literatura está eso. El diálogo como una especie de combate, de espadeo. La dificultad de escuchar al otro. Para que te escuchen, hay que conquistar. De alguna manera mi escritura trabaja eso. Hay gente a la que le gusta lo que escribo y otra a la que no, pero incluso a la gente que no le gusta, lo lee muy rápido y eso es porque es una escritura que tiene  mucha observación sobre el habla. Y también mucha observación de los libros. De Cervantes, de Sarmiento, gente que trabajó lo coloquial.

¿Por eso te gusta tanto el Quijote?

Es un amor especial que tengo por Cervantes. Al Quijote he recurrido buscando formas.

¿Y se pueden sacar formas nuevas de un clásico del siglo XVII?

Yo creo que sí, porque ese libro tiene casi todo lo que se ha hecho en literatura. No hay mucho más. Por ejemplo, … al principio del segundo tomo aparece un universitario, Sansón Carrasco, que les dice a Quijote y a Sancho que leyó el primer libro y les cuenta todo lo que apareció en el libro y ellos no lo pueden creer… Sancho sobre todo no lo puede creer… y ellos mismos hacen críticas sobre su propio libro. Eso es la literatura del siglo XX. El segundo tomo es lo máximo. En otro capítulo aparece un personaje de otro libro que dice que es mentira que él apareció en ese libro y el Quijote busca un escribano para que dé fé de lo que está diciendo este personaje. De eso a muchos de los cuentos de Borges no hay nada. Un pasito. Y fijate que Borges era muy taimado. Él escribió muchas cosas sobre el Quijote, pero cuando le preguntaban de sus influencias nunca lo nombró explícitamente; él siempre nombraba a los ingleses, pero yo creo que ese es otro engaño de Borges. Si te fijás, la novela en general se parece mucho al primer tomo del Quijote. Pero el siglo XX, con Kafka, Borges, Nabokov, eso ya es el segundo tomo. En el segundo hay una parte en que van a buscar a Dulcinea. Quijote se queda esperándolo y le dice a Sancho que la vaya a buscar. Y Sancho ya sabe que no existe Dulcinea, pero tiene que llevar algo y no sabe qué hacer. En un punto se tira debajo de un árbol y ahí hay una página en donde está todo el germen de la escritura del inconsciente, de Joyce, de Virginia Woolf… el pensamiento de Sancho tirado debajo de un árbol, con muy poca puntuación, con cosas que van y que vienen…

Claro, por lo que decís la lectura del Quijote debería ser completa, porque en general te mandan a leer un par de capítulos y uno no llega a darse cuenta de esas cosas.

Yo siempre digo que el Quijote fue mi taller literario. El Quijote es un libro enorme, pero cada capítulo es corto para que pueda captar la atención, y el fin de un capítulo te manda al siguiente. El Quijote es la primera novela moderna. Cervantes  no tenía una novela anterior de la que sacar procedimientos como yo que tengo una biblioteca entera. Entonces se va dando cuenta sobre la marcha y uno se va dando cuenta con él. Tarda como treinta capítulos en separar las escenas, y tarda treinta y pico en darse cuenta que podía saltearse cosas y poner “seis días después”. Hasta ese momento él cuenta todo. Porque él tenía un saber teatral, y en el teatro cada acto tiene su tiempo correlativo. Uno, en el teatro, puede cambiar de acto a acto, pero no dentro del mismo acto —en el teatro clásico, que es el que conocía Cervantes—. Todo eso está en el libro y está para que vos lo descubras. A veces, si estoy perdido en algo y no encuentro la forma para decirlo, agarro el Quijote y por ahí no me sirve para lo que estoy buscando, pero seguro encuentro otra cosa de la que no me había dado cuenta antes.

Cuando nos despedimos, le digo a Federico: «te aviso cuando publique la entrevista», y él me contesta: «Bueno, pero igual no la voy a leer». «Por qué», le pregunto. «No me gusta leer después lo que dije», me contesta. Y eso lo pinta de cuerpo entero. Supongo que al igual que con sus libros, después piensa que podría haber respondido algo más, algo mejor.

Pero si uno lo lograra … si uno realmente pudiera dar la mejor respuesta que uno puede dar, entonces sería casi como una respuesta definitiva. Entonces ya no tendríamos más nada que decir y deberíamos llamarnos a silencio. ¿O no? 

6 comentarios

  1. Wow! Qué buena entrevista! ❤

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  2. María

    Qué interesante e inteligente entrevista. No conocía este escritor y me dió muchas ganas de leerlo. Gracias.

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  3. Susana Mabel Nuñez.

    excelente entrevista!!!!! tiene magia Jeanmarie. Me falta mucho leer de él. Pero me fascina su modo de escribir, decir, relatar, profundizar e interesar hasta el final. No lei Fernández mata a Fernández. Será el proximo. Felicitaciones!!!!!

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    1. Magdalena Solari

      Gracias, Susana!! Federico dice cosas muy interesantes!

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  4. Mónica

    Muy buena entrevista! Siempre sorprende F. Jeanmaire cada obra!

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