Ana Navajas: Todos tenemos algo que contar

Fue a principios de este año que vi Estás muy callada hoy en la librería. Ese día no abrí el libro, pero reparé en su tapa verde, muy llamativa, con Ana en la portada. Enseguida lo volví a ver como novedad en el Blog de Eterna Cadencia, después lo vi recomendado en Facebook e incluso al ir a casa, escuché a mis hermanas y cuñadas hablar del libro. La novela circulaba y de hecho me la prestaron. Así fue como la leí y la reseñé para el blog en marzo y resultó ser una de mis entradas más vistas. Era el primer libro de Ana Navajas, publicado por Rosa Iceberg, una editorial bastante nueva, independiente, dirigida por tres mujeres jóvenes, lo que hacía mucho más llamativo el éxito inesperado. Cuando empecé a leerlo, entendí enseguida el porqué. Todo transcurre en la conciencia de una mujer y no hay una, creo, ni joven ni vieja, que en un punto, no se sienta identificada. La novela me impresionó por su frescura, su desparpajo, su honestidad y enseguida pensé que era una excelente recomendación para hacerle a personas que escriben o lo intentan. Porque da ideas, porque es inspiradora, y cuando empecé a organizar mi taller de escritura autobiográfica, se me puso en la cabeza que tenía que invitarla. Por suerte, dijo que sí y así fue el encuentro:

Yo: Cuando uno lee tu libro, Ana, uno tiene la sensación, de que salió muy fácil, pero cuán fácil salió realmente, contanos cómo fue tu proceso de escritura, ¿te costó encontrar la voz?, ¿cómo llegaste a ese narrador?

Ana: La realidad es que con lo cortito que es, tardé muchísimo, tardé más de tres años en escribirlo, pero una vez que me enganché en el mood del libro, en el tipo de observaciones y de cosas que quería contar —porque cuando uno escribe algo se pone en una sintonía en que aguza la percepción para ver y para escuchar ciertas cosas—, y una vez que me puse en esa sintonía, no podía parar. Obviamente, después el proceso de corrección fue muy largo. Y cuando digo corrección, a veces era leer una página y cambiar una, dos palabras, no era tanto; pero pasó por muchos tamices. Y la realidad es que yo escribía en la cola del supermercado, en la sala de espera, en los semáforos. Me había bajado la aplicación del Drive y todo lo que escribía en el celular iba a parar al mismo documento que tenía en la computadora. Y no escribía sola ni en una habitación propia, que por otro lado no tenía; escribía en las sobremesas, en las reuniones.

Pero escribir y leer es una actividad como poco respetada, como muy marginal y la gente te pregunta: «pero ¡qué hacés! ¿Qué estás haciendo?» Como subestimando un poco lo que uno hace. «Pero, ¡participá de la conversación!, ¿de vuelta estás escribiendo?» «Qué hacés ahí encerrada? ¿Por qué no leés después y ahora venís a la pileta». Al cabo de los años empezaron a decir: «¿y eso también lo vas a escribir?» La gente que me rodeaba empezó a detectar que estaba escribiendo sobre ellos. Y ahí empezaron a respetarme un poquito más. Creo que el mayor beneficio de haber publicado un libro es ese respeto que finalmente encontré en mi familia, en mi entorno. Que me respeten un poco en eso de leer y escribir que es tan inútil, ¿no? Sobre todo para la gente que nos rodea.

Y creo que la voz la fui trabajando con mucha insistencia. En un ejercicio de ponerme a escribir que en algunos momentos fue tedioso y fue sufrido. Hay muchos escritores que hablan de escribir como una tortura. Yo, una vez que encontré el registro, lo disfruté. Pero hasta que encontré el registro, sufrí. Sufrí yendo a talleres en donde no enganchaba con la coordinadora que me decía que no escribiera en primera persona, por ejemplo, y todo el libro es en primera persona. Y yo tenía que escribir un cuento fantástico, o un cuento erótico, eran esas consignas muy cerradas. Entonces hasta que encontré el ámbito en donde empezar a ejercitarme, como quien va al gimnasio, costó. Porque es eso escribir, un ejercicio como ir a correr, y es hacerlo todos los días un poquito. Y es increíble como de esa manera de repente aparece, aparece todo lo que no sabías que querías contar. Muchas veces lo que uno termina contando no es lo que tenía planeado contar, sino lo que aparece en ese ejercicio continuo de hacerlo.

Mi consejo, por eso, para todas las personas que quieren escribir es que escriban. Y cuando no saben de qué quieren escribir, es mentira. Siempre hay algo ahí agazapado. Lo que pasa es que a veces no es lo que uno quiere escribir, lo que uno quisiera escribir, o la fantasía que tiene uno de «voy a escribir un cuento». Y tal vez no es un cuento, tal vez es una descripción, tal vez es un recuerdo, una observación, o es describir un personaje. Y es ponerse a hacerlo y respetar lo que está agazapado. Todos tenemos algo que contar y no hace falta ser un gran inventor de historias, como esos que en las reuniones son los mejores contando anécdotas. Todo el mundo tiene algo para contar y lo importante es encontrarle la vuelta y hacer las paces con eso que cada uno quiere contar y que se relaciona en general con las obsesiones. Todos tenemos obsesiones y me parece que ese es el tema de cada uno. En mi caso es lo familiar. Seguramente si escribo otra cosa, el tema seguirá siendo el mismo: los vínculos familiares. Encontrar esas obsesiones en cada uno es encontrar la puerta para poder escribir. Y me parece que lo importante es no imponerse nada. No importa si lo que uno escribe tiene forma de cuento, si es lo que había imaginado, si terminó escribiendo del padre cuando en realidad quería escribir una historia imaginaria. Es dejarlo fluir y ejercitarse. Es eso lo que aprendí. Es un entrenamiento escribir. Es increíble como uno va mejorando solo. Como uno se va autoeditando, como te vas corrigiendo con el ejercicio, y obviamente antes que todo eso: leer.

Yo: ¿Y qué leés?

Ana: Últimamente leo —y están «de moda»—, libros que… bueno, yo me peleo mucho con esos conceptos de «autoficción» o «literaturas del yo», porque para mí es una discusión totalmente infértil. Yo soy fanática de Natalia Ginzburg, por ejemplo, que escribía en la posguerra y esa es literatura del yo de acá a la China; Pavese, también. Son literaturas del yo disfrazadas en algún punto. En las novelas de Natalia Ginzburg, que también tiene esa obsesión de los vínculos familiares, siempre está el mismo personaje, y de pronto están en Turín o están en Roma, o están en el campo, pero hay un personaje que es siempre el mismo y que es el de ella. Hay una voz que se mantiene, esa mirada tan particular que está en todas sus novelas y es de ella, aunque la disfrace de ficción. Yo de alguna manera también lo hice. Cambié nombres. Siempre uno rellena, inventa cosas, exagera otras, como cuando cuenta anécdotas y otro dice: «¿qué decís?, no fue así». Pero cuando uno escribe un libro escribe lo que quiere, cómo uno hubiera querido que fuera, tal vez; rellena baches de la memoria, deja de contar cosas que pasaron porque no le conviene, porque no conviene contar eso para pintar a ciertos personajes, entonces termina siendo una ficción. Yo podría escribir un libro sobre mis vínculos familiares, ahora, y podría hacerlo sideralmente diferente. Eso es lo que yo elegí contar, quería contar esa historia, pero creo que uno puede contar miles de versiones de sí mismo. Y eso es ficcionalizar. Lo mismo Lucía Berlín. A mí me encanta el desparpajo que tiene porque en algunos de sus cuentos en Manual de las mujeres de la limpieza, ella habla en primera persona, y en otros se pone otro nombre y habla en tercera y es evidente que es ella, y me encanta lo que hace; no le importa nada, rompe todas las reglas y hace unos textos espectaculares.

Amalia: Nosotras decíamos, antes, que tu libro se siente muy genuino, aunque uno tiene la idea de que quizás la realidad no es exactamente así. Pero se siente muy honesto. Y una de las cosas que me llamaba la atención y me hizo saltar en todos los capítulos, es la manera en que contás cosas de otras personas. Yo pensaba: ¡Uy! a esta la mató. ¡Uy, Dios mío! ¡Esta le mandó el abogado! Me encantó ese desparpajo. Pero cómo lo manejaste en la realidad, con esas personas.

Ana: Hay cosas inventadas, pero todas las personas que están en el libro se reconocieron inmediatamente. Creo que tuve mucha inconsciencia. El proceso de escritura, al haber sido tan largo, me permitió trabajarme a mí misma como si fuera un personaje, decir cosas de mí con una crudeza, como si yo no fuera yo. Trabajé a todos: a mis hijos, a mi padre, a mis amigas, a mis hermanos como si fueran personajes. Y lo que decís de «honesto» te lo agradezco porque es lo que admiro cuando leo a otros autores. No importa si es cierto o no lo que cuentan, lo importante es que suene verdadero, que el autor esté ahí sin miedo a despeinarse, a embarrarse, que la vida es eso, es dolor, y meterse ahí es lo que a mí me gusta cuando leo un libro o cuando miro una obra de arte. Que me conmueva lo que está pasando, y no podés conmover si estás en pose. Si te hacés la canchera no es honesto, entonces la empatía no se logra. Me parece que esa es la única manera de transmitir emociones y en mi opinión para eso es el arte, para transmitir emociones.

Y, no, nadie se enojó. La verdad es que la devolución de la gente fue muy positiva. Mi hermana menor, por ejemplo, me decía: «pero yo soy mucho más importante en tu vida que lo que aparece ahí». Y otros me decían: «pero tal cosa no la pusiste». Y algunas amigas me decían: «yo quiero aparecer en el próximo». Me parece que al final a todos nos gusta que nos miren. A la gente le gusta ser registrada, y aunque lo que hayan dicho no fuera lo más feliz del mundo, a todos nos gusta que nos miren, en nuestras luces y sombras, y creo que nadie se enojó por eso, porque es lindo que otro te mire con tanta atención. Si no hay maldad en las conclusiones, el otro lo termina agradeciendo.

Susana: A mí me interesaban los recursos que usaste para construir la historia. En el libro hay una estructura, una forma y te quería preguntar si la pensaste, si fue racional o fue surgiendo más espontáneamente.

Ana: Bueno, hay escritores que dicen «estoy escribiendo una novela». Y yo pienso: ¿cómo saben? Yo no sabía lo que estaba escribiendo. Estaba escribiendo algo y se fue armando. Yo empecé a escribir entradas de diario, pero desde el principio hubo como una intención deliberadamente literaria en lo que yo elegía contar, y de repente escribía un fragmento que yo veía que encajaba con otro que había escrito un año antes. Era como la piecita que faltaba y lo fui armando así, como en fragmentos. Una vez me preguntaron cómo lo había escrito y yo dije que me identificaba mucho con el quilting, que es una técnica, una obra de arte textil norteamericana, muy femenina, que consiste en poner tela, sobre tela, sobre tela. En el medio se pone gordito, son muchas capas de tela y después cosen esos pedacitos entre sí, como si fuera un patchwork y después, arriba, vuelven a bordar dibujos o palabras; y yo siempre me identifiqué mucho con las bordadoras, no solo por los pedacitos y por ir poniendo capas y firuletes arriba, sino porque las bordadoras van con su canasta de bordado a todas partes y yo era igual, yo iba con mi teléfono y empezaba escribir cuando tenía ganas, y el proceso fue ese: ir poniendo pedacito sobre pedacito, uno al lado del otro, hasta que al final tuve la manta.

Paty: Yo pensaba cuando leía tu libro: ¿cuántas decisiones habrás tenido que tomar?, porque para mí es tan rico, hay tantas historias paralelas, tantos caminos que habrías podido seguir… podrías haber hecho hincapié en miles de cosas. ¿Eso te distraía o estabas muy segura de lo que querías contar?

Ana: No, una vez que encontré el camino estaba muy segura de lo que quería contar. No me distraje. Cuando edité el libro dejé afuera varias cosas y gente que había leído lo que escribía, gente del taller, me decía: «¿y eso no lo vas a poner?», pero tuve mucha certeza de lo que iba y de lo que no: de repente uno lo ve, de repente lo ves con claridad y entonces no podés parar hasta que tiene la forma.

Y respecto de contar cosas de otras personas, yo fui a un taller de verano con Pedro Mairal y yo le dije que para mí era muy importante que yo pudiera decir que esa era yo, no quería enmascarar nada y él me dijo: «cambiá los nombres, es un gesto mínimo, cambiá los nombres». Y la verdad fue un consejo muy sabio, y por suerte le hice caso, porque al principio con ese impulso de honestidad que tenía, yo pensaba: no me importa, esto es lo que yo quiero contar, pero entonces yo no tenía noción de que eso lo iba a leer gente que no conocía.

Yo: Y es impresionante cómo se identifica la gente con lo que escribiste.

Sí, yo creo que hay una parte que el lector completa y para mí es fundamental dejar espacio para el lector. Creo que ahí está el truco. No hay que ser mezquino, pero tampoco hay que decirlo todo y ahí es donde se produce la magia de la identificación. Es la delgada línea entre brindarse y parar a tiempo para que el otro lo complete.

Rosa: Yo pensaba, Ana, que quizás no te costó eso, porque en muchas partes del libro hay cosas que no contás, y como este personaje se calla tanto… ese rasgo del personaje te vino al pelo para no contar tantas cosas.

Ana: Yo pasé por muchas etapas de escritura. A mí me encantan los talleres. Escribir es muy solitario y es muy lindo compartir y escuchar los textos de los demás, pero obviamente, cuando vas a un taller, tenés que estar dispuesta a que te critiquen y una de las cosas que me decían era que la narradora no se mostraba y yo decía que la narradora se muestra a partir de lo que mira, de todo lo que elige contar de los demás y muchos tenían una posición muy firme en que yo tenía que decir más lo que yo sentía, pero yo estaba muy obcecada en que la narradora opinara lo imprescindible y que uno la pudiera ver a través de lo que ella ve en los demás, que es más de lo que uno puede ver de sí mismo. Como el dicho que dice: Lo que dice Pepita de Juan, dice más de Pepita que de Juan.

Yo: Y ¿cómo fue el proceso de publicar?

Ana: Tuve suerte. Y también tuve una conducta sarmientina en los talleres. Además de haber corregido el texto, forjé muchos vínculos muy productivos para la literatura. Y está buenísimo, cuando a uno le gusta algo, juntarse con gente que le gusta hacer lo mismo. En cualquier área. El grupo sinergiza mucho los esfuerzos. Un amigo que me hice en el taller de Fabián Casas hizo un fanzine online y publicó tres de los capítulos del libro y lo pusimos en Twitter y el editor de la Agenda de la Ciudad publicó uno de los capítulos en «Sabados de súper ficción» y la editora de Rosa Iceberg lo leyó y me llamó. En el medio Pedro Mairal se lo dio a otra editorial más grande, pero la editora me dijo «me encanta, pero para el año que viene» y la editora de Rosa Iceberg me dijo «me encanta, y ahora» y yo dije «bueno». Y salió. Fue rapidísimo. Me debatí un poco pensando si me convenía una editorial chica o me convenía esperar un poco, pero si hoy alguien me preguntara lo mismo le diría: «andá a la editorial chica, sin lugar a dudas». La experiencia fue espectacular: el lazo con el editor, todo lo que hacés alrededor del libro es mucho más personalizado. Te acompañan siempre. Estoy muy contenta con la editorial.

Paty: ¿Y ahora estás escribiendo otra cosa?

Ana: Por ahora no. A mí la cuarentena me pegó pésimo. Estoy muy distraída. Necesito salir para escribir. Necesito mirar el exterior, pero ahora no hay afuera, no hay adónde ir y a mí eso me mata. Y yo soy una persona lenta para escribir. Lo tengo muy aceptado. No voy a sacar otro libro el año que viene, eso seguro. Tal vez en tres, cuatro años tenga otro.

Yo: ¿Y nunca te interesó escribir ficción?

Ana: Me encanta leer ficción. A mí siempre me gustó escribir, desde muy chica, pero siempre eran historias en las que estaba yo, yo y mi perro, y un día, tuve la conciencia clarísima, en el secundario, de que no era capaz de inventar historias y en ese mismo momento desestimé la posibilidad de escribir algo algún día. Y hasta que no tuve el libro en la mano, no tomé conciencia de que sí, que podía escribir otras cosas.

Paty: Es que es verdad, si no se te ocurre una historia, sentís que no podés escribir nada, que no tenés donde poner todo lo que querrías contar.

Me pasaba exactamente eso. Me salía escribir, lo hacía bien, pero no podía inventar ninguna historia, hasta que logré tomarme en serio y darme cuenta de que hay muchas formas de contar una historia.

2 comentarios

  1. Un encanto tu idea Magda!

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  2. Beatriz Vedoya

    Leí el libro en el verano y me gustó mucho. Además, si bien no conozco a Ana, sí conozco parte de su familia y me atrajo la idea de que se animara a escribir sobre ella. Yo tb escribo y a veces te da un poco de pudor pensar que una persona puede sentirse tocada. Pero poco a poco lo voy perdiendo… x suerte!!!

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